En su cuento “El libro de sangre”, el autor inglés Clive Barker ofrece una perspectiva inusual sobre las memorias del pasado. La narrativa trata de un médium farsante que, después de haber insultado y mal representado los espíritus de los muertos demasiadas veces, se encuentra como el objeto de su venganza. Los difuntos ofendidos–todos asesinos o las víctimas del asesinato–violentamente tallan sus historias personales en su piel, convirtiéndolo en el epónimo libro de sangre.
En la vida real, los libros de historia son, en su propia manera, libros de sangre y no solo porque muchos consisten en relatos violentos. El proceso de la investigación histórica involucra la reinterpretación o incluso la refutación frecuente de las ideas y narrativas, incluidas las que se consideran como incontrovertibles. Además, aunque los muertos no hablan directamente a los historiadores–ni mucho menos mutilan los cuerpos de los vivos con sus palabras–las evidencias de sus vidas y épocas que dejaban, ya sean emocionantes o aparentemente triviales, pueden proveer una gran cantidad de información útil para los investigadores exigentes.
Esta época del año pone en primer plano una de las expresiones públicas más dramáticas de tales revalorizaciones, a saber: la reputación de Cristóbal Colón. El 12 de octubre antes se conocía casi universalmente como el día para celebrar el legado del explorador genovés que, en las palabras de James Joyce “es honrado por la posteridad porque fue el último en descubrir América”. Sin embargo, el día actualmente se denomina el Día de la Raza, el Día de la Diversidad Cultural, el Día de los Pueblos Indígenas o el Día de la Hispanidad, dependiendo del país o localidad. En mi país, los Estados Unidos, se ha convertido en una tradición anual (particularmente tras la muerte de George Floyd en 2020) que multitudes de manifestantes derroquen y desfiguren las estatuas de Colón en todos lados, una expresión de la caída literal y figurativa de un hombre que alguna vez se consideraba como una especie de fundador (aunque nunca puso un pie en lo que llegaría a ser EE.UU y murió más de dos siglos antes de su fundación) pero ahora ha llegado a simbolizar la opresión sangrienta.
¿Por qué sucedió esto?
Un análisis historiográfico de la reputación de Colón requeriría un libro o una serie extensiva de artículos, cada uno con más de tres veces la cantidad de palabras que tiene esto. Sin embargo, un resumen breve aquí es posible. El debate público sobre las reputaciones de figuras históricas como Colón no existe en el vacío. Años antes de que el 12 de octubre fuera renombrado, historiadores habían estudiado el pasado a través de perspectivas previamente ignoradas con demasiada frecuencia, resultando en una tendencia académica hacia contar historias incómodas, particularmente con respecto a la esclavitud y el trato de los indígenas. Como resultado, debates (a veces saludables pero frecuentemente feos) han entrado en el discurso público sobre la educación, los monumentos y las relaciones raciales.
No obstante, la reevaluación trae sus propios problemas si no se hace adecuadamente. Algunas obras “correctivas” son tan simplistas como las narrativas “colonialistas” a las que rechazan y quizás en ninguna parte es esto tan evidente como en las percepciones de los indígenas. Los colonos a veces se presentan como villanos bidimensionales mientras los indígenas son caricaturizados como salvajes nobles o infantilizados como las víctimas pasivas de una desaparición injusta pero inevitable. A través de mi perspectiva externa (no soy indígena, ni tampoco hablo en el nombre de cualquier persona o grupo indígena) parece mucho más interesante y estimulante intelectualmente, estudiar las sociedades complejas que las naciones indígenas eran de verdad. Además, puede ser mucho más gratificante ver las maneras en que los indígenas resistían, adaptaban y sobrevivían ante los cambios impulsados por la colonización en lugar de tratarlos como el equivalente cultural de un ciervo pasmado ante la luz de un vehículo, negándose de mover incluso mientras su muerte violenta se acerca.
Más pensamientos acerca de tales asuntos seguirán en otros artículos. Por ahora, no tengo más que decir que, aunque los muertos probablemente corrigieran muchos aspectos de nuestras historias si tuvieran la oportunidad, los libros en soporte papel hacen bien el trabajo.