“In Bogotá” de Joan Didion, una obra subestimada

Joan Didion en Zipaquirá, dibujado por Louisa Duckworth.

“En Bogotá podría hacer frío. En Bogotá se podría obtener el New York Times con solo dos días de retraso y el Miami Herald con sólo un día de retraso y también esmeraldas y agua embotellada. En Bogotá habrían rosas frescas en los baños del hotel Tequendama y agua caliente las 24 horas del día…”

Así pensaba la escritora estadounidense Joan Didion acerca de Bogotá a comienzos de 1973 mientras soportaba intensos calores y aparentemente una variedad de inconvenientes en Cartagena. No había tenido planes para viajar a la capital colombiana, pero los pensamientos de Bogotá, “flotando sobre los Andes solo una hora de avión,” resultaron tentadores.

“Quizás esa es la única forma de ver a Bogotá,” escribió.  “Tenerla flotando en la mente hasta que la necesidad sea visceral”.

Al menos así recordaba Didion en el texto de “In Bogotá”, un ensayo escrito un año después de su visita a la región Andina. Según ella, sus fantasías de Bogotá se convirtieron en realidad cuando tomó la decisión de dejar atrás la Costa Caribe y voló hacia las montañas del interior. 

A partir de allí, la narrativa de su visita adopta una naturaleza muy descriptiva. Utilizando el enfoque literario característico del Nuevo Periodismo, Didion escribió sobre Bogotá y sus alrededores con prosa exquisita. A pesar del espacio limitado del capítulo, la autora logra capturar la experiencia de caminar por las calles de la ciudad. Aunque algunas referencias parecen anticuadas (hoy nadie habla sobre titulares que se tratan de Jackie Kennedy y es más probable oír reguetón que la música de Nelson Ned), casi todos los relatos de sus experiencias dan la impresión de una primera visita con la que muchos visitantes, ahora en el siglo XXI, se podrían identificar.

Con respecto a la historia de Colombia en general y de Cundinamarca en particular, Didion parece haber leído y escuchado mucho, pero principalmente repite lo que dicen los colombianos. Después de una visita al Museo de Oro, cuenta la historia de los zipas y el origen de la leyenda de El Dorado, algo bien conocido entre los colombianos pero aún desconocido en el exterior. Un poco de acidez aparece en la narrativa cuando Didion desestima la noción, expresada por un conocido colombiano, que “España envía toda su aristocracia más alta a Sudamérica.” Tales factoides, junto con informes sensacionalistas sobre Jackie Kennedy y hombres hechos de oro, eran “historias las que un niño podría inventar”.

La historia de su visita termina en Zipaquirá, narrando su paso a la Catedral de Sal, la cual Didion describe con precisión impresionante desde las luces hasta el aire “opresivo”. Parece haber escrito sobre la primera maravilla de Colombia pensando en los lectores extranjeros, explicando que el complejo subterráneo no fue construido por los muiscas ni los españoles y que el sacrificio de niños nunca ocurrió ahí (no es claro si los lectores realmente habrían creído esa última cosa o si es simplemente humor negro por parte de la escritora).  Después de eso, no hay ningún epitafio, sino una recolección de sus pensamientos y observaciones durante la hora de su almuerzo en la Hospedería El Libertador.

De todos los escritos de Joan Didion, este ensayo parece fácil de pasar por alto. Tras su muerte, el mes pasado a los 87 años de edad, dejó un cúmulo de trabajo extensivo compuesto por libros, artículos, ensayos e incluso una obra. Dentro de éstos, se pueden encontrar observaciones sobre una gran variedad de temas profundos, desde el deterioro social que documentaba en Slouching Towards Bethlehem hasta las exploraciones de la pérdida y el dolor que constituyen El año del pensamiento mágico y Noches azules.  

En comparación, la recolección de sus experiencias en Colombia no da los mismos frutos. Didion escribe mucho de las vistas y sonidos de Bogotá, junto a resúmenes de la situación política y económica, pero sólo rasca la superficie de la vida en la ciudad y los asuntos que dominaban la escena nacional durante los años setenta. Sin duda no hay nada que alcance el nivel de drama social del capítulo titular de Slouching Towards Bethlehem, su libro anterior. Después de todo, en cualquier país o situación es difícil transmitir más drama que una historia que narra una conversación con una niña de cinco años bajo la influencia de LSD.

Incluso en el contexto de The White Album, el libro en el cual aparece el ensayo, “In Bogotá” parece ligero. A diferencia de los otros capítulos, no hay encuentros con figuras como Jim Morrison, Huey Newton o ex miembros de la familia Manson. Tampoco hay historias de obispos episcopalianos muriendo en el desierto ni reflexiones sobre la psicología social y cultural del oeste norteamericano.  

Esta aparente ausencia de análisis de fondo se puede atribuir principalmente al hecho de que no hay mucho espacio para tales esfuerzos en un capítulo de ocho páginas. Otro factor que contribuye puede ser el uso frecuente de parataxis, un método de construir oraciones que involucra la eliminación de conjunciones de subordinación. (Un ejemplo del ensayo es: “En la costa colombiana hacía calor, febril, con alisios vespertinos que no aliviaban sino que soplaban cálidos y polvorientos.” Como mis lectores hayan podido adivinar, a veces tales técnicas literarias resultan en traducciones engorrosas del inglés al español). Una clara indicación de la influencia de Ernest Hemingway en el estilo de Didion (ella decía que sus escritos le enseñaron mucho de la estructura oracional), es excelente para las descripciones pero no siempre es adecuado para la expresión de ideas.

Últimamente, la razón más digna de la examinación es el hecho sencillo de que Colombia no era el país de la autora. La “turista norteamericana”, como indicó que El Espectador la describió después de su llegada a Bogotá, parece haber conocido sus límites como una visitante extranjera en Colombia.  

En este sentido, la falta relativa de profundos comentarios sociales podría probar ser beneficiosa. En un mundo lleno de escritores y comentaristas excesivamente ansiosos por mostrar su erudición con respecto a temas de los cuales saben poco (yo confieso que he sido así a veces), es alentador leer un escrito que no pretende demostrar más conocimiento de un país que los nativos y verdaderos expertos.

Huelga decir que “In Bogotá” no es para todos. Los que esperan observaciones detalladas de la desigualdad en Colombia y los efectos de La Violencia se decepcionarán, así como los que quieren leer sobre hippies, drogas o la cultura norteamericana. Tampoco los admiradores del Nuevo Periodismo podrán leer en este ensayo diatribas salvajes contra los políticos colombianos (Didion podía ser incisiva, pero no era Hunter Thompson).

En conjunto, “In Bogotá” es una historia maravillosamente escrita que trata sencillamente de una visitante extranjera obteniendo una breve muestra de la vida en la región capital de Colombia y eso es todo lo que necesita ser.