La película de 2007 No es país para viejos (Sin lugar para los débiles en Hispanoamérica) incluye varias escenas que dejan grandes impresiones al público. Basado en el libro homónimo del autor estadounidense Cormac McCarthy, es una gran mezcla de violencia, tragedia, filosofia y humor negro que nunca deja de imprimir en la mente del espectador.
Un ejemplo conciso de esas tendencias llega tarde en la película, cuando el asesino Anton Chigurh (Javier Bardem) atrapa a Carson Wells (Woody Harrelson), otro criminal a sueldo, en su habitación de hotel a punta de escopeta. Mientras Wells lucha para mantener la compostura e intenta negociar una salida de su situación desesperada, Chigurh se burla de su víctima desvalida.
“Permíteme preguntarte algo”, dice con una sonrisa. “Si el código que sigues te trajo a esto, ¿de qué sirvió el código?”
La película está llena de tales momentos, algo que sin duda contribuyó a la aclamación crítica y cuatro Premios Oscar que recibió. Aunque la dirección, guión e interpretaciones tenían mucho que ver con el éxito, últimamente todo se debe al material original y la mente incomparable que concibió de ello.
Cormac McCarthy, quien falleció este junio a los 89 años, tenía una mística que pocos escritores ganan en la vida o en la muerte. Sus libros, que abarcan géneros impresionantemente diversos, han sido analizados y citados en cada rincón intelectual imaginable y han generado comparaciones a las obras de autores tan reconocidos como Faulkner, Melville, James Joyce y Flannery O’Connor. Los honores que recibió a lo largo de casi sesenta años como novelista incluyen el Premio Pulitzer, el Premio Nacional del Libro, una Beca MacArthur y muchos más (El hecho que no fue otorgado el Premio Nobel es evidencia que la Academia Sueca no es inmune a cometer los errores de juicio). Su prosa única, reconocible por el lenguaje elevado, sintaxis poco ortodoxa y escaso uso de puntuación, es la envidia de escritores en todo el mundo angloparlante.
Tras su muerte, sus admiradores de todas las profesiones y ámbitos de la vida expresaron sus pensamientos sobre su carrera y legado.
“Cormac McCarthy, quizás el mejor novelista estadounidense de mi época, ha fallecido a los 89,” escribió Stephen King en Twitter. “El estaba lleno de años y creó un buen cúmulo de trabajo, pero aun lamento su muerte”.
“La muerte no fue hilarante hoy”, dijo el comediante Patton Oswalt, sutilmente citando un pasaje del libro de McCarthy Meridiano de sangre. “Q.d.e.p Cormac McCarthy. Un gran favorito”.
El cantante Jason Isbell dijo “Yo podría subir al escenario y decir ‘La siguiente fue influida por Cormac McCarthy’ y literalmente cantar cualquier canción que jamás he escrito”.
En el Instituto Santa Fe, un grupo de reflexión científico en el cual McCarthy era un alto miembro, la tristeza fue palpable. David Krakauer, el presidente del instituto, hizo esta declaración en un anuncio oficial:
“Hoy parece un terrible desastre en el cual muchos de nosotros perdimos a un buen amigo, el Instituto Santa Fe perdió una de sus mejores mentes y el mundo perdió a uno de sus mejores autores”.
El camino hacia el éxito era largo y torcido para McCarthy. Sus libros tempranos fueron recibidos con las aclamaciones críticas pero se vendieron mal, dejando al autor en la pobreza durante la mayor parte de dos décadas. Fue el increíble golpe de fortuna de haber recibido una “beca para genios” de la Fundación MacArthur en 1981 que permitió la investigación necesaria para escribir Meridiano de sangre, un western (o “anti-western” según algunos críticos y académicos) que ahora generalmente se considera su obra maestra y un clásico de la literatura norteamericana.
Su situación mejoró considerablemente en los años noventa y adelante. Su “Trilogía Fronteriza” fue un gran éxito tanto con el público como con los críticos, pronto seguido por No es país para viejos en 2005 y el enormemente exitoso La carretera el año siguiente. Cuando sus últimos dos libros se lanzaron al fin de 2022, estaban entre las obras literarias más esperadas de la década.
En cierto sentido, es una maravilla que las obras de McCarthy obtuvieron tanta popularidad. Después de todo, no son para los débiles de corazón. Sus libros tempranos, todos los cuales tienen lugar en los Apalaches, llevan al extremo la violencia y rareza características del gótico sureño, tratando del asesinato, incesto, necrofilia y otros temas oscuros.
Meridiano de sangre es aún más inquietante. Basado en eventos históricos, es un cuento dantesco sobre la colonización del Oeste Norteamericano durante el siglo XIX. La trama principalmente sigue una banda de mercenarios que opera en la región fronteriza entre los Estados Unidos y México, masacrando indígenas y entregando sus cabelleras sangrientas a cambio de recompensas, además de cometer varias otras atrocidades por dinero, diversión o hábito.
Quizás su libro más sombrío es La carretera, que trata de un padre e hijo intentando navegar un mundo postapocalíptico. Luchando contra el frío, el hambre y manadas de saqueadores y caníbales, intentan desesperadamente “llevar el fuego” de la humanidad.
Sus dos últimos libros no son particularmente violentos pero tampoco carecen de la crudeza. El pasajero trata de un hombre lidiando con el suicidio de su hermana y el legado de su padre, un físico que ayudó a desarrollar la bomba atómica. Stella Maris trata de dicha hermana, una prodigio esquizofrénica, mientras reside en una institución psiquiátrica y habla con su psiquiatra acerca de las ciencias, matemáticas, filosofía y las alucinaciones cómicamente grotescas que atormentan su mente.
Cabe preguntarse cuál es el atractivo de temas tan pesados, tanto para el autor mismo como para los lectores.
McCarthy raramente concedió entrevistas, y cuando lo hizo demostraba una modestia casi enloquecedora, a menudo prefiriendo hablar sobre cualquier tema excepto sí mismo o sus libros. Sin embargo, las palabras que dio a sus interlocutores periodísticos pueden ofrecer un vistazo sobre lo que hace sus historias tan cautivadoras.
En 2005, la revista Vanity Fair realizó una semblanza de McCarthy en previsión del lanzamiento de No es país para viejos. En ella, el autor dijo “La mayoría de las personas no ven cuando alguien muere. Solía ser que si crecías en una familia veías a todos morir. Morían en sus camas con toda la familia alrededor. La muerte es el asunto importante en el mundo. Para mí, para ti, para todos. Sólo lo es. No poder hablar al respecto es muy extraño”.
McCarthy reiteró ese sentimiento dos años después durante una entrevista con Rolling Stone, en la cual dijo “Si no trata de la vida y la muerte, no es interesante”.
Esa actitud probablemente resume uno de los temas más consistentes de su ficción: la universalidad e inevitabilidad de la muerte.
La idea que la muerte es algo inescapable para todos es algo que todos saben superficialmente en un sentido intelectual, pero igual como en muchos temas serios, la mente a veces necesita otra manera de darse cuenta.
La violencia y sombría de los cuentos de McCarthy cumplen el papel de hacernos entender esa dura realidad. En todos sus libros, la muerte no solo es inevitable, sino a menudo llega de manera aleatoria y aparentemente sin sentido.
En No es país para viejos, Anton Chigurh es la personificación perfecta de esta versión de la muerte, matando a los inocentes y culpables por igual, a veces al lanzar una moneda. En varias ocasiones, habla de sí mismo como si fuera simplemente un agente del destino, matando solo porque sus víctimas fueron destinadas a morir. El hecho de que otras personas, ya sean otros criminales, la policía o transeúntes inocentes, a menudo tienen que esforzarse para entender sus motivos y la insensatez de la violencia que perpetra solo refuerza el concepto que él representa algo que trasciende los motivos y preocupaciones de este mundo.
En Meridiano de sangre, el personaje siniestro del juez Holden ofrece una expresión más nihilista de la filosofía de la muerte cuando defiende su tesis que “la guerra es Dios”:
“La vanidad del hombre podrá ser infinita pero su saber sigue siendo imperfecto y por más que valore sus juicios llegará un momento en que tendrá que someterlos al arbitrio de una instancia superior. Y ahí no caben argumentos especiosos. Ahí toda consideración de igualdad y de rectitud y de derecho moral queda invalidada y sin fundamentos y ahí las opiniones de los litigantes no cuentan para nada. Todo fallo de vida o muerte, toda decisión sobre lo que será y lo que no será, supera cualquier planteamiento de lo que es justo. En los arbitrios de tal magnitud están contenidos todos los demás, sean morales, espirituales o naturales”.
Frente a tal oscuridad, no es de extrañar que tantos personajes en los libros de McCarthy buscan consuelo en las fantasías románticas de un pasado supuestamente mejor. Quizás no hay ningún mejor ejemplo de esta tendencia que en No es país para viejos con el sheriff Ed Tom Bell (interpretado en la película por Tommy Lee Jones), quien frecuentemente expresa quejas sobre el mundo moderno y cree que las generaciones anteriores lo hubiera manejado mejor.
Sin embargo, este mundo no ofrece ninguna comodidad en un pasado idealizado. El mismo sheriff Bell se da cuenta de ese hecho al final de la historia, cuando visita a su tío Ellis, un ex agente de la ley discapacitado . Tanto en el libro como en la película, Ellis dice a Bell que la región en la que viven siempre ha sido difícil para sus habitantes y que la violencia no es nada nuevo. Utiliza el ejemplo de un pariente muerto que, a pesar de las leyendas familiares, no murió gloriosamente en batalla sino que fue disparado en el porche de su propia casa. El próximo día, dice Ellis, su esposa lo enterró en “ese caliche duro” y se fue.
Esa falta de romanticismo se extiende a los otros libros también. En Todos los hermosos caballos, el protagonista John Grady Cole idealiza la vida de un vaquero, pero se da cuenta de las duras realidades de esa vida y sufre las consecuencias graves de sus ideas románticas a lo largo de la historia. Meridiano de sangre, que tiene lugar en el Oeste del pasado que personajes como John Grady y el sheriff Bell idealizan, es tan lejos de ser una visión nostálgica de la región como posible –a menos que hay gente con nostalgia por el asesinato en masa y la recopilación de cueros cabelludos.
Eso no es decir que los libros de McCarthy solo consisten en la fatalidad y pesimismo. Sea el humor que permea Suttree o el breve atisbo de esperanza que se puede ver en La carretera, hay señales de la humanidad y la apreciación por la vida, esa importante cara opuesta de la dinámica que el autor consideraba tan importante en la ficción. Aunque no constituye una luz definitiva al final del túnel, es un buen recordatorio que, dejando las apariencias al lado, incluso las cosas buenas se pueden incluir en un mundo brutal.
Y a veces eso es todo lo que se puede esperar en la vida.